El boom del Brasileirao, la pesificación de los contratos y la poca cantidad de regresos ilustres hacen que el torneo local no cuente con sus figuras.
Burrito, el siete, tendrá la camisa número sete de Corinthians. Román, el Diez, podría ser el Dez. El fútbol argentino se devalúa y entrega banderas. Brasil es un gran destino, ya no sólo turístico. Con la crisis europea, la bocaza del país de Pelé se traga a las abotinadas figuras argentinas; la sexta economía mundial es una fiesta de glamour comparada con contratos pesificados.
“El fútbol nuestro se muere”, avisa, apocalíptico, el vicepresidente segundo de Vélez, Julio Baldomar. El club de Liniers no pudo hacerse cargo de Burro Martínez, el segundo mejor futbolista pago del país. Y tampoco de Augusto Fernández; es el éxodo. Vélez, el club modelo y equilibrado, es la metáfora del mundo al revés: en un año y medio tuvo que dejar ir o transferir a sus joyitas: Marcelo Barovero, Nicolás Otamendi, Fernando Ortiz, Leandro Somoza, Víctor Zapata, Augusto Fernández, Maximiliano Moralez, Ricky Alvarez, Darío Ocampo, Jonathan Cristaldo y Santiago Silva. Un equipo completo.
¿Quién es quién? No hay referentes; cuesta encontrarlos. Con billeteras desnudas, los clubes apelan a lo intangible: al futbolista-hincha. Maxi Rodríguez “viajó a fines de la semana pasada, habló con los dirigentes del Liverpool y con el cuerpo técnico, que quería retenerlo. Pero entendieron sus ganas de regresar y le allanaron el camino”, le remarcó Guillermo Lorente, presidente de Newell’s, al diario La Nación.
Pasó con David Trezeguet, a principios de este año. El delantero de River bajó de la estratósfera petrodolarizada a la B, para darse su gran gusto. “Ganar un título con River sería incomparable”, declaró por entonces quien dio dos vueltas olímpicas con el Mónaco, cinco con la Juventus, y en la Selección francesa se colgó la medalla de campeón del mundo, en 1998, y de la Eurocopa, en 2000.
Hay lecturas directas: “No salen figuras en el fútbol argentino”, señala Gerardo Martino. Las hay más poéticas: “Con Román se va un faro en época de tinieblas”, grafica Angel Cappa. Hay coincidencias. Los líricos, los rústicos, los bielsistas, los no bielsistas, los futboleros, los no tanto, los sostenedores de terceras vías observan el mismo detalle. Sin caritas, no hay álbumes dorados.
La fuga de los mejores –por retiro o en busca de contratos dolarizados– dibuja un mapa de jugadores con apellidos carentes de estridencia. Y encima, tampoco se vislumbran los futuros cracks. El por ahora indescifrable Lucas Ocampos, de River, y el eterno PatitoRodríguez, de Independiente, son las promesas actuales del país que cada vez mira desde más lejos a Lionel Messi, Carlos Tevez, Gonzalo Higuain, Kun Agüero, Javier Pastore y Angel Di María.
Plata quemada. “Compararnos con Brasil sería absurdo. Ellos tienen capitales privados que pagan por las figuras; encima necesitan un fútbol marketinero para promocionar su Mundial y los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro”, analiza el representante Hernán Finessi, quien ubicó a Gio Moreno en el mercado chino. A partir de esta tranferencia se abrió un nuevo inciso en Argentina: todos los contratos de los futbolistas serán pesificados.
En tiempos de crisis, se presentan, seductores, los supuestos mesías.Marcelo Tinelli y San Lorenzo son espejos de un fútbol a la deriva.“Los clubes estamos muertos y la AFA mira para otro lado”, se queja un dirigente de un club de Primera. El dueño del rating de la televisión argentina va por un cargo en San Lorenzo. Antes, promete: sus allegados ya deslizaron que quiere acercar al club de Boedo a Gonzalo Rodríguez, Fernando Cavenaghi y Andrés D’Alessandro, a quien repatrió a través de un grupo inversor para la Copa Libertadores de 2008.
“La plata grande se la llevan los jugadores y los clubes quedan ahogados”, coinciden varios dirigentes. Mario Regueiro, volante de Lanús, apuntó el viernes, en medio de la pretemporada: “Mi futuro está un poco en el aire. Mi idea es quedarme, pero al día de hoy no puedo asegurar si comenzaré el torneo con Lanús o en otro equipo”. El uruguayo no quiere pesificar su contrato.
Javier Cantero, presidente de Independiente, lo explicó en TyC Sports: “Si competimos por quién paga más, al jugador se le termina pagando lo que no vale y los clubes se funden”. Sobre el Rojo pesa la inhibición más alta: sus deudas vinculadas con Agremiados, particulares y bancos ascienden a casi 60 millones de pesos.
Las pérdidas. Los clubes no tienen blindaje. Limitados a las bonanzas del Fútbol para Todos, casi ninguno genera recursos genuinos. Baldomar le explica a PERFIL: “Con la recaudación perdés en todos los partidos, a veces más, otras menos”. Y detalla: “Hace dos años, en un Vélez-Boca con cancha llena perdimos 180 mil pesos; había 2 mil polícias”. Sin presupuestos altos, la dinámica del fútbol argentino acorrala a los clubes a jugar sin estrellas. Los jugadores con cartel no sobreviven en un mercado asfixiado. Encima, arriba, sentado, está el gigante y su economía ídem. Y sus figuras. Y su Mundial a la vista. La última gran bandera del fútbol argentino ya se entregó. El futuro de Riquelme estaría en Brasil. Obvio.